Aclaratoria: Esto fue
escrito el día 5 de diciembre del 2015 a las 10:00 p.m, es decir, 8 horas antes
de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Siéntanse en total libertad de interpretarlo como quieran. PD: No he podido publicar
hasta ahora por razones de tiempo y de la universidad. Espero poder publicar de
forma más regular, o al menos lo intentaré. ¡Espero que les guste!
EBRIEDAD PRE-ELECTORAL
En un bar de mala muerte, de esos que sobreviven el paso
del tiempo, había cuatro borrachos conversando, vivamente y a plena voz.
Su conversación se hacía tan larga, tan fastidiosamente
extensa que aturdía a los demás del lugar. ¿Sabes esas conversaciones que
empiezan en algo y terminan en otra cosa que no tenía que ver con lo anterior?
Y que con los estragos del alcohol, como es de suponer, no tienen sentido
alguno. Dan risa, sí, pero aturden.
-¡Paco, trae otra ronda! –Ordenó el viejo Horacio.-
Horacio siempre tuvo cara de pocos amigos, que se le
notaba más con los sesenta y tantos que tenía; el ceño fruncido era bastante
gracioso con el montón de arrugas. Con un bigote canoso y un cabello gris
echado hacia atrás con pomada. Muy al estilo setentero.
-Y como te iba diciendo, Lacho, por eso que ya no tenemos
más sirvientas en casa. Desde el pequeño desliz que tuve con Samarita el año
pasado… –Se lamentaba Gabriel.-
Gabriel era más bien el tipo alegre y sociable. Un moreno
alto de voz gruesa, quien en su juventud gozó de un afro bastante peculiar y
ahora lucía una “perilla” o “chiva” un poco larga. Con los cabellos cortos y
las cejas frondosas.
-Tú estás bastante salidorro, Gabo. ¿No te da pena ya a
tu edad? –Regañó el viejo Moisés, mientras tocía humo de cigarro.-
Moisés siempre fue el quejón y burlón del grupo. Se la
pasaba lamentándose. De corta estatura y una amplia frente. El cabello a los
lados de su cabeza era lo único que no lo hacía parecer una bola de bolos.
Estar afeitado era lo suyo.
-¿Pero de qué te vas a quejar tú? ¡Si el otro día te vi
saliendo del hotel con una carajita! Cachicamo llamando a morrocoy conchúo.
–Dijo Horacio, mientras reía.-
Desde la barra dando pisotones fuertes vino entonces
Paco, trayendo una ronda de cuatro cervezas y cuatro vasitos de whiskey (o
güisqui, según los exquisitos de la RAE) para los caballeros.
-Ésta es la última ronda y se van. ¡Ya he recibido cuatro
quejas de los demás clientes! El barullo que forman y sus conversaciones
obscenas son de mal gusto. ¡Se me va a ir la clientela!
-¿Pero para qué quieres más si nosotros venimos todos los
días? –Replicó Moisés.-
-Ese no es el punto, Moncho. El punto es la decencia de
este bar que tanto me ha costado mantener. De paso, mañana hay elecciones. ¿No
se tienen que levantar temprano?
-¿Pero de qué decencia estás hablando? Si tienes el bar a
puerta cerrada porque hay ley seca. –Replicó nuevamente Moisés.
-Mira chico, ése no es el punto…
-Pero cálmese Don Paco. –Habló Juan, el más callado de
los cuatro.-
El que siempre va con un sombrero aunque esté dentro de
un recinto y que los bigotes negros casi le llegan al suelo por un “candado”
cortado por la barbilla. El de ojos negros con la voz gruesa y rasposa por el
cigarrillo, y que tiene más cuentos que enciclopedia.
-¡¿Cómo que me calme?! ¿Y si se me van los demás
clientes? ¿Y si me caen los uniformados por su escándalo? ¿Y si después no
votan por estar borrachos? –Reprochó el viejo Paco.-
-Tómeselo como el preludio y la calma antes de la
tormenta. –Empezó entonces su historia.-
-Estaremos tan borrachos que ni nos daremos cuenta de lo
que se viene. Nos vomitaremos los unos a los otros y nos sentiremos extasiados
mientras nuestra sangre se convierte en alcohol. El mundo de fantasía que
nosotros mismos crearemos será tan denso, tan palpable, que cuando den las 8
campanadas y se anuncie un resultado de lo más esperado, vomitaremos nuevamente
y ni nos percataremos del infierno armado. Del infierno que se armará, de la
propia inmundicia. Litros y litros rojos serán desperdiciados, miles de cascos,
manchas por todos lados. Y ni nos daremos cuenta, porque como dije, estaremos
borrachos. ¿Y cuán borrachos? ¿Cuánto más nos vamos a intoxicar? ¿Cuánto más
nos vamos a amedrentar los unos a los otros? ¿Más falacias? ¿Más engaños? ¿O ya
se perdió el cuidado? Por eso es mejor beber hasta olvidar, alguna de esas
bebidas espirituosas de poco precio, de las que te ayudan a reflexionar. Las
que se toman con un cigarro, hablando necedades y escupiendo charlatanerías.
Mientras nuevamente no nos damos cuenta, mientras nuevamente nos enmascaramos.
Mientras nuevamente salimos, o nos quedamos atrincherados en vano. Y eso
solamente porque estaremos borrachos. –Contó con voz reflexiva.-
-Ya estamos borrachos. –Dijo Moisés en medio de hipos.-
-Y con más razón seguir bebiendo,
Moncho. –Dijo el bigotón mientras prendía un cigarrillo.-
-Bueno, está bien…, pero bajen el volumen. –Dijo Paco,
dirigiéndose resignado a la parte de atrás de la barra.-
-¿Vamos a seguir bebiendo? –Murmuró Gabriel.-
-¡Pues claro que sí! Buena labia, Juanito. –Celebró
Horacio.-
-No era ninguna labia… –Dijo Juan por lo bajo.-
-¡Salud! –Dijo Horacio emocionado, y los demás le
siguieron.-
Y así continuó su noche de farras,
bebiendo sin dilación, y esperando a que el sol saliera para teñirse el dedito
de morado.
A brindar se ha dicho.