sábado, 24 de mayo de 2014

EL CRIMEN PERFECTO DE NICOLÁS HELMERTZ | Relato Corto N#10



EL CRIMEN PERFECTO DE NICOLÁS HELMERTZ

Nicolás Helmertz había pasado su vida entera intentando descubrir el crimen perfecto. De qué manera hacerlo, de qué manera él podía asesinar, robar o incluso simplemente jugar una travesura sin que lo descubrieran.

El encontró su respuesta.

Helmertz era una persona estudiada, de pocos amigos; los contaba en una mano. No hablaba mucho, sólo lo necesario. Parlanchín al parrandear solamente. Sociable, una contradicción. Siempre conocía nuevas personas, él caía bien, pero como mencioné. Sólo pocos amigos de verdad.

Su infancia estuvo llena de terrores, de terrores fantásticos. Tenía pesadillas, pero estas pesadillas más allá de causarles el susto del momento, le daban curiosidad. “¿Por qué tuve esa pesadilla?” “¿A qué se debió?” Y su mente formulaba preguntas y encontraba respuestas por sí mismo.

Pésimo en los números como sólo él lo era. Era capaz de descifrar un problema o un acertijo usando sólo la lógica. Su vida estuvo llena de contradicciones. Lo está.

“El crimen perfecto” Nicolás nunca tuvo deseos de herir a nadie, nunca tuvo deseos de robarle a nadie. Simplemente era otra pregunta de esas que tanto volaban por su mente. Pero ésta era la pregunta principal, la pregunta obsesiva. El meollo de su vida.

Iba por la tarde caminando, apaciblemente, en su mundo completamente. Cuando vio algo que lo intrigó, una pareja discutiendo. El novio había descubierto un engaño de la novia. Ella intentaba ocultarlo lo mejor que podía, pero él lo sabía todo. Le explicó las maneras de cómo lo descubrió, buscar, recolectar esa información. Usando la lógica, de una manera tan calmada como soberbia. Cegado de ira pero con los suficientes tornillos como para averiguar tal engaño. ¿Mensajes? ¿La forma de hablar? La de expresarse.

En ese momento Helmertz descubrió que no había un crimen perfecto. Aunque en realidad sí lo había; el crimen perfecto no era hacer un mal sin que te descubran. El crimen perfecto es descubrir los crímenes de los demás.

Sus respuestas flotaron y flotaron. Y extasiado salió corriendo a su casa.

Escribió y escribió, se percató de todo, pudo concebir lo que era en realidad el crimen perfecto en su totalidad.

Se obsesionó con la idea. Y resolvía misterios, crímenes, de aquí a allá. Cosas pequeñas, insignificantes. La deuda mal pagada de los padres de su amigo. El engaño de la novia del otro. “¿Dónde se quedaron las llaves del carro?”

Por primera vez en su vida, Nicolás Helmertz estaba feliz en su totalidad. Más allá de sólo ayudar a la gente, era un beneficio propio. En ese momento se dio cuenta de que la gente hace cosas buenas por su propia satisfacción. Que todo es egoísmo, aunque él ya se había dado cuenta anteriormente. Ese era otro crimen perfecto.

Nicolás Helmertz llegó al borde de la locura. Obsesionado totalmente con la idea de descubrir a otros, empezó recolectando piezas de otros casos. Asesinatos, robos, de todo tipo.
Los resolvió y resolvió, pero ninguno le satisfizo. Aun cuando la gente le agradecía.
Nicolás Helmertz entonces vio el propósito de su vida una vez más.

Hubo repentinamente un nuevo caso de asesinato, un muerto. Otro más. Y otro, eran tres en total.

Cada uno con las mismas marcas, cada uno con el mismo modus operandi. Era el crimen que resolvería Nicolás Helmertz, era el crimen que lo satisfacería de una forma completa. El crimen perfecto que sólo él haría. El descubrimiento.

Noches pasaban para el joven detective, o el joven criminal. “Descubrir, descubrir. ¡Sacarlos a la luz! ¡Mi crimen perfecto!” Gritaba extasiado mientras trabajaba con los policías, quienes ya estaban acostumbrados a su manera de ser. El ciudadano que lo conocía todo, el Dios de los crímenes, el detective loco. Apodos y apodos, de manera cariñosa.

“Jeremías 17:5” El pasaje de la biblia que marcaba el atroz siguiente homicidio. 

Nicolás gritaba, gritaba el pasaje. Mientras iba en su moto con los policías a los costados “¡Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del señor se aparta su corazón!”

Al llegar al escenario del crimen Nicolás Helmertz vio todo, todos lo vieron.
No había nadie, no aún.

Estaban todos los instrumentos. El pasaje de la biblia marcado de una forma extraña sobre la pared, con la sangre de sus anteriores víctimas. Había una mesa con diferentes tipos de guadañas, cuchillos, machetes.

Nicolás Helmertz lo vio todo.

“¡Al fin resolví el crimen perfecto! ¡Al fin pude completar mi crimen perfecto!” Gritó Nicolás Helmertz entre la multitud de oficiales y detectives que estaban junto a él.

Caminó a paso acelerado a uno de las guadañas, y la tomó. La vio, de una manera morbosa, se dio vuelta.

“Mi crimen perfecto se cumplió, amigos míos. Ya sé quién es el asesino, y ya sé quién también es la próxima víctima.”

Todos los oficiales se miraron formulando con los ojos un rotundo “¿Quiénes?”

“¡Yo!”

Gritaba Nicolás Helmertz, en medio de su gran risa, mientras clavaba la guadaña en sus intestinos. Haciendo los mismos cortes que el asesino.

“¡Mi crimen perfecto está completo!” Gritaba y se regodeaba de su gloria, mientras aún estaba ahí parado, regurgitando sangre, riéndose desquiciadamente en la cara de los atónitos oficiales. Y al final dio el golpe de gracia.

Un corte en el cuello.

Nicolás Helmertz murió a la edad de veinticinco años.

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