FINIS MUNDI
Es extraño cómo las cosas pueden cambiar de un día a
otro. O de la noche a la mañana, es mejor explicarlo de ésta forma.
Hace un tiempo que no salía de mi casa a ninguna reunión.
Triste, porque me había convertido en buen bebedor. Supongo que no tenía muchas
invitaciones, total, tampoco es que tuviera muchos amigos y no me gustaba salir
solo.
Ese día me sentía bastante bien, había salido a clases en
la mañana y recibí un texto a la hora del almuerzo: “Hola Juan, hoy estoy
cumpliendo años y vamos a hacer una parrillada aquí en casa. Me gustaría que
vinieras. Trae suéter, porque será en la terraza y hace bastante frío allá
arriba.”
Era Daniela, una vieja amiga del liceo, tenía un buen
tiempo sin saber de ella, desde la graduación. Todos tomamos caminos distintos,
por ende, no había escuchado de nadie en un buen rato.
Me entusiasmé bastante. La simple idea de salir y beber
algo me reconfortaba, sentía un aburrimiento diario extremo a pesar de la buena
salud.
Las tardes en ésta ciudad son bastante tranquilas a pesar
de la abundante inseguridad en el país. Por eso me gustaba ésta ciudad. Podías
oír el sonar de los carros pasando, casi nadie tocaba las cornetas, y de paso,
la gente era muy amable. Recuerdo mi camino de costumbre al terminar las
clases: salía de la universidad y caminaba un poco hasta una transversal, al
llegar a la otra calle podía sentir un ambiente ligero con un poco de olor a
vejez, era el casco histórico de la ciudad, lleno de casas de los siglos
pasados, que se conservaban por el buen material del que estaban hechas. Me
gustaba observar cómo el sol se ocultaba y teñía de anaranjado el cielo de la
tarde, hace que la arquitectura de antaño se vea más hermosa de lo que ya es,
como un regalo del cielo para los ojos, para llenarnos de esperanzas del pasado
hacia el futuro.
Lamentablemente el futuro que pintaban aquellas personas
y arquitectos de antaño nunca pasó, a pesar del avance tecnológico mundial, el
planeta se está deshaciendo y el país va en la decadencia. Pero qué puedo hacer
yo; soy sólo un ciudadano más. Una minoría de uno.
Llegué a casa a la hora de siempre, 5:00. A pesar de que
había salido a las tres, me gusta caminar por la ruta larga y ver los paisajes
como ya se habrán dado cuenta.
Entré a mi habitación, un simple cuarto de soltero con la
computadora y el televisor a los pies de la cama, al lado derecho. Al lado
izquierdo se podía ver la pequeña nevera y la cocinilla eléctrica. Lo necesario
para una minoría de uno.
Si salías del cuarto podías ver el baño de la casa. Vivía
en casa de mi papá, pero prácticamente estaba solo. Me gusta la independencia,
sobre todo cuando casi siempre has estado por tu cuenta, contando sólo con
pocas personas.
Me bañé y me vestí; entrada por salida. Ya se habían
hecho las seis de la tarde. Así que agarré el primer taxi que vi y me fui, a
pesar de que la casa de mi amiga quedaba relativamente cerca de la mía, sólo a
diez cuadras, pero ya había oscurecido.
El taxista contaba el dinero con malicia y me echaba un
ojo de vez en cuando por si intentaba algo, la gente es así de desconfiada,
pero no puedo culparlos por la situación actual.
Llegué al sitio, un edificio de los buenos tiempos, de
gente que llegó al país a buscar buenas y nuevas oportunidades y que con el
sudor de su frente logró hacer el dinero que pudo para tener una buena
posición. Entré por el portón dándole las buenas noches al vigilante y subí las
escaleras.
Por dentro el edificio tiene un olor un tanto fuerte, a
pesar de estar a orillas del mar y que haya bastante viento. Un olor como a
guardado.
Me tomó por sorpresa el hecho de que al llegar al piso
dos la puerta de su casa estuviera abierta, a pesar de que ella me dijo que era
en la terraza. Al entrar por la puerta pude ver a Carlos y Cristina. Su novio y
su hermana, respectivamente. Desde hace tiempo no los veía así que los abracé
tan fuerte como pude.
El apartamento era bastante acogedor. Para cuatro
personas, los padres y las dos hijas. El sofá frente al televisor y los cuartos
en la parte de atrás. Al lado del sofá estaba la computadora dándole frente a
la pared. Para mayor comodidad y privacidad.
-Carlos, qué de años que no te veía.-Le dije mientras lo
abrazaba.-
-Coño sí, y te salió barba, maricón.-Me dijo al separarse
de mí y jalarme la perilla.-
-¡Jajaja! Y tú has crecido un montón Cristina.-Le dije al
verla de arriba abajo, me llamó la atención lo ancho de sus caderas y cómo se
le marcaba el trasero. Tenía un pecho modesto, pero siempre me gustaron ese
tipo de pechugas. La abracé y sentí su cabello largo pegarse de mi cara, tenía
un aroma bastante sencillo, pero muy, bastante sabroso.-
Ambos estaban vestidos de un color gris muy oscuro.
Carlos usaba un suéter gigante y unos jeans bastante apretados. Y Cristina
usaba unos leggins negros con un suéter idéntico. Creo que los compraron el
mismo día en el mismo lugar.
Cuando Daniela salió del cuarto la abracé y le di el
feliz cumpleaños. Estaba vestida igual que su hermana sólo que estaba
utilizando unos jeans en vez de unos leggins. Su suéter era el mismo, mi risa
interna no fue normal y les hice un chiste.
-¿Andan vestidos de uniforme?
Todos se rieron.
Al rato llegó Patiño. Otro compañero del viejo liceo, con
los lentes tan grandes que se salían de su cara y con una camisa manga larga
metida dentro del pantalón. Siempre con ese estilo de la vieja escuela. Lo
saludé con el mismo cariño.
“Somos los que estamos y estamos los que somos”. Se dijo
el dicho y nos dirigimos hacia la terraza. Daniela no exageraba, hacía un frío
del diablo, pero se soportaba por el abrigo y las brasas de la parrilla. Conversamos,
la pasamos chévere. Al final de la noche todos nos dimos un gran abrazo de
despedida
Bebí demasiado.
Al llegar a mi casa me tambaleaba de una forma horrible,
todo daba vueltas. Esa falsa alegría del beber me costaría al otro día. El ron
da diarrea si bebes en exceso, por lo menos eso me pasa a mí. De paso el dolor
de cabeza del día siguiente no sería para nada bonito.
Al desvestirme me di cuenta de que mi celular era más
pequeño. Ah, no era mi celular. Accidentalmente me había llevado el celular de
Carlos, vaya suerte.
Me acosté y me puse a andarlo un poco. Vi su música, sus
imágenes. Mi sorpresa fue grande cuando entré a una carpeta llena de videos de
Daniela estando desnuda.
Como todo hombre entre las copas y la lujuria empecé a
masturbarme. Nunca me había fijado mucho en el cuerpo de Daniela por el simple
hecho de que no la veía más que como una amiga, pero no pude controlarme.
Sus pechos gigantes y sus caderas exuberantes llenaron de
placeres desconocidos mi mente y mi cuerpo. Se sentía como un tabú extraño, era
una delicia.
Me sentí hipnotizado por el montón de lunares. Me sentí
hipnotizado por esos pezones rozados parados que parecían salirse de la
pantalla. Me perdía en ese olor imaginado de su cuerpo desnudo, me perdía en
esa imaginada sensación de nuestras pieles rozando.
Tocan a la puerta.
Maldije por lo bajo por el hecho de no haber alcanzado el
éxtasis. Exclamé un furioso “¿Qué?” hacia la persona al otro lado de la puerta.
-Hijo, Daniela está aquí, vino a buscar el teléfono de
Carlos.-
Me puse más pálido que oveja sin su lana. Me vestí lo más
rápido que pude y la dejé pasar.
Cerré como pude el video y le di el teléfono al momento
en que ella me regresaba el mío. Compartimos un abrazo y luego ella se fue.
Me quedé pensando en ella por un momento y me dije a mí
mismo que me llevaría eso a la tumba, aunque después de tanta reflexión llegué
a la conclusión de que sería una buena anécdota para mis nietos. Si es que me
acordaba para esas fechas.
Rápidamente me alcanzó la incertidumbre. Daniela se iba a
ir caminando, sola, en medio de la noche y con la situación actual. Con un
teléfono bastante caro metido en el bolsillo de un pantalón muy pegado.
Obviamente se le marcaba.
Salí corriendo para acompañarla, pero ya estaba dando
vuelta a la esquina.
Al frente de mí había un tipo un tanto sospechoso
intentando seguirla, lo adelanté y corrí como pude, pero no sé por qué mis
piernas no daban para más. Él me atajó y me comenzó a hablar.
Casi no entendí lo que dijo, me estaba concentrando más
en que los collares de plata que tenía y ese olor a perfume caro no combinaban
para nada con la camiseta blanca y los chores que tenía puestos.
Cuando sacó la pistola fue que entré en razón.
-Dame todo o te quiebro.-Dijo sin dilación
-Dale mano, pero no tengo nada.-Saqué mi cartera, gracias
a Dios dejé el teléfono en casa. La abrí y le mostré que sólo tenía un billete
del valor más bajo.-
-Pobrecito llave, toma.
El malandro me sorprendió cuando repentinamente sacó su
cartera y me entregó 350 tablas.
-No puedo aceptarlo chamo.-
-¿Me vas a despreciar la caridad el mío?-
-No es eso hermano, es pura cortesía.-
-Dame acá pues.-
Y me quitó el billete de mi cartera.
-Como no me quiero ir así lo siento mucho pero te voy a
tener que disparar.-
Me cagué en los pantalones. Le eché la pistola a un lado
y se disparó tres veces. Me acordé de que siempre hay policías de guardia cerca
de mi casa a esa hora de la noche, así que grité lo más que pude.
Los policías llegaron con cara de pocos amigos y mi papá
estaba saliendo de la casa, otras personas que estaban por ahí fueron a ver lo
que pasaba. Todo se controló rápidamente…, todo se controló hasta que vi cómo
los policías le quitaban la pistola al tipo y le daban una peinilla. El
susodicho malandro empezó a correr hacia mí y yo huí despavorido.
Ya no veía a Daniela por ningún lugar, habrá llegado a su
casa, esperemos que así sea.
Maldigo el hecho de que la corrupción se haya vuelto más
intensa en estos últimos años. Me imaginé que el malandro le dio dinero a los
pacos para dejarlo ir, y para poder matarme también. Supongo que no tienen el
corazón tan frío después de todo, porque le quitaron la pistola y le dieron otra
arma y esta vez de corto alcance.
O quizá eran unos sádicos de mierda que gustaban de ver
una cacería humana en vivo y en directo. El ser humano se pudre con los años y
con las profesiones, tal vez a éstos pacos después de haber visto tanta
porquería empezó a gustarles.
Corrí hasta llegar a un bulevar, habían niños corriendo
por doquier. Jugando, había columpios, juegos, entre otras cosas. Me tomó por
sorpresa por el simple hecho de que era ya muy entrada la noche.
Todo extrañamente colorido y entusiasta. Las atracciones
del parquesillo me vislumbraban mientras corría, y los puestos de comida tenían
un olor demasiado delicioso. Tan sabroso que me dieron ganas de vomitar.
El bulevar era bastante extenso, empezaba desde una pista
donde los niños podían correr bicicletas hasta una zona comercial, de tiendas
variadas. En el medio había muchos puestos de comida y alguno que otro
puestillo de comerciantes alternativos vendiendo bisutería variada y juguetes
inflables.
Entré a un local de la zona comercial y el malandro me
siguió. Le tiré una silla y él estuvo a punto de darme con la peinilla hasta que
mi papá entró y lo tomó por los brazos. Le dio una patada en las piernas y lo
hizo caer encima del culo.
Fruncí el ceño porque me imaginé que el dolor en sus
tractos anales y sus dos canicas no pudo haber sido normal en ese momento.
¿Qué dolor es normal?
Mi papá agarró al malandro y se lo llevó, y yo salí
afuera con un grupo de gente. Todos me preguntaban qué había pasado. Yo les
respondía con mi voz temblorosa, estaba cagado de miedo. Ahora sí se sentía el
miedo.
La adrenalina del momento ya se estaba yendo. Hasta que
oí gritar al tipo “¡Esto fue porque el mamagüevo ese insultó a la revolución!”
Una mentira para que los oficialistas del lugar le dieran
la razón. Le grité un montón de palabras al tipo sin pensarlas. Pero me quedé
callado.
Había recordado que mi papá también era oficialista.
Él dejo ir al tipo, quien se abalanzaba contra mí de una
forma salvaje y primitiva.
Todo pasó muy rápido.
Una piedra del tamaño de un auto cayó encima del
malandro. Aplastándolo como si fuera un martillo golpeando una mandarina. Sentí
en el suelo cómo sus huesos se trituraron y su carne molida salpicaba a todos
lados.
Me quedé impactado.
Miles de piedras similares empezaron a caer del cielo
cayéndole a más y más gente.
Volví en mí cuando vi que una de ellas se dirigía hacia
mi papá, corrí, corrí como nunca, y lo salvé.
Mi papá se quedó viendo al vacío, pensativo y perdido.
-¡Reacciona huevón! No te quedes parado.-Le dije mientras
lo apartaba de otra piedra que caía.-
-Es el fin, se acabó. “Serán salvadas las personas de
buen corazón” He vendido a mi hijo, no merezco el perdón.-
-¡Pues yo te perdono porque te amo! ¡Vámonos de
aquí!-Salimos corriendo despavoridos.-
Nos encontramos con otras tres personas en nuestra huida.
Miguel, Sebastián y Alejandra, nos quedamos en un local de la misma zona
comercial intentando resguardarnos. Casi nadie durmió, no sólo por el bullicio de afuera.
Sino por las lecturas del juicio final que Miguel hacía con su Biblia de
bolsillo.
La noche pasó de la manera más lenta posible. Se podía
oler cómo se quemaban los locales adyacentes. Casi logro concebir el sueño, de
no ser por el hecho de que podía oír cómo cuatro caballos cabalgaban por el
techo. ¿El juicio final?
La guerra, el hambre, la muerte. Yacían esa noche sobre
nuestras cabezas y las insaciables llamas carcomían los cimientos de una época
que ya había llegado a su fin. Adiós a la historia y a las buenas nuevas, adiós
a la vida. Finalmente llegó la amarga victoria del final y dejó consigo un mal
sabor de boca. Estábamos vivos, pero indefensos.
- Papá, despierta, creo que ya podemos salir.-
Mi piel copió la palidez de la suya cuando me di cuenta
de que ya no estaba respirando. Estaba entumecido, hacía horas que había
muerto.
Empecé a llorar desconsoladamente, mientras lo abrazaba,
mientras me acurrucaba a su lado. No podía haberlo perdido, no a él.
Entonces me di cuenta de que tenía un papel en su mano,
escrito en su puño y letra.
“Y se abrieron las puertas del cielo a aquellos de buen
corazón. Y no hay mejor cielo que aquél en el que posamos nuestros pies. Limpio
ahora de todo mal. Y el señor vendrá de nuevo a mostrarnos el camino. Aquellos
arrepentidos llegarán al lado del trono para servir directamente al señor, y
los de buen corazón repoblarán el mundo, el paraíso terrenal.
Te amo hijo, nos veremos algún día.”
Sequé mis lágrimas y doblé el papel con sumo cuidado. Y
lo guardé dentro de mi cartera.
Conmocionado salí afuera, y vi el paraíso que se nos
había regalado. Admirando el cielo como nunca antes lo había hecho.
Y empecé a caminar sin rumbo fijo cuando de repen-
Abrí los ojos y me senté rápido en la cama, la jaqueca
que tenía era terrible, parecía que hubieran utilizado mi cabeza de tambor. Me
rasqué la cabeza y abrí la puerta de un manotazo corriendo hacia la cocina
principal de la casa.
-Papá, tuve un sueño arrechísimo chamo.-