EL PAYASO
El
payaso asesino cuenta las navajas, las limpia. Le gusta sacar los pequeños
coágulos que se forman después de una noche de trabajo.
El
payaso asesino coloca los elementos necesarios, para cumplir su rutina una vez
más. El payaso asesino se enfrasca en Beethoven mientras con la uña a través
del pañuelo que sostiene limpia la sangre seca del filo.
El
payaso asesino siente un escalofrío en la nuca, mientras la música va in
crescendo…, y se derrama el alcohol de la emoción. El payaso asesino ahora
enfureció. Limpia las navajas ahora sin dilación, con su traje, pues a éste le
cayó alcohol. Brebaje marroncillo que en realidad no hace nada más que hervir
la sangre dentro del vivo.
El
payaso asesino piensa que no hay mejor limpiador que el ron. Compra una botella
todos los días, después del trabajo, en el supermercado de 24 horas. Se sienta
a pensar un rato mientras fuma un cigarrillo y se toma media botella, para
luego empezar de nuevo con su faena.
El
payaso asesino deja la ropa tirada, se mete en la ducha. Y mientras la sangre
seca en su piel se combina con el maquillaje haciendo pinturas abstractas en el
lienzo blanco del baño Beethoven está a todo volumen, las partes se hacen más
rápidas; el payaso asesino gime de emoción y se ríe, extendiendo sus manos
hacia arriba, incrementando el arte del baño.
El
payaso asesino se seca y se acuesta, desnudo, y recuerda todo lo que ha hecho
en sus años de experiencia. Cómo matar, malograr, cortar, mutilar, despellejar,
degollar, guillotinar. Con distintas
navajas, distintos estilos. “El truco está en la muñeca” Dice para sus
adentros, explicándole a un hijo imaginario justo después de cerrar los ojos.
El
payaso asesino se levanta de la cama, se mira al espejo, no hay maquillaje
alguno, puede ver las marcas del pasado del trabajo. El payaso asesino camina
por la casa, mientras la nutria se encoge y tiembla por el frío de la nevera,
coge una tarta y se dispone a comerla.
El
payaso asesino detalla su casa, un pequeño apartamento cercano a la terraza,
con colores oscuros y pinturas de más payasos. Una mesa frente a la puerta de
entrada y la habitación hacia un lado. Lado derecho, en frente el baño. En la
mesa guarda sus instrumentos de trabajo.
El
payaso asesino hizo algo que no estaba en su rutina. Se dispuso a pensar más
allá del trabajo, parado frente al retrato de una familia de hace años, en un
circo maltrecho, al lado de otros payasos.
El
payaso asesino se cansó de la rutina. Beethoven ya no divierte, ahora es una
agonía. Es hora de contar varios pasos hacia atrás, ver el pasado pasar sin
poder pisar. Y se estanca en un llanto combinado de risa. El payaso asesino
encontró una nueva melodía. Sintiendo de nuevo ese escalofrío en la nuca cuando
el in crescendo de sus lágrimas se convierte en una catarata que inunda la
habitación de más ambientes tensos, el payaso asesino no va a contar el cuento.
El
payaso asesino caminó hacia una gaveta, tomó un revólver del fondo y lo apuntó
dentro de su boca. “Esto no es mi estilo”, pensó el payaso asesino, arrojando
el arma por la ventana, y viendo atrás el brillo de un filo.
“La
navaja que guardaba, que nunca he utilizado” El payaso asesino ahora
contrariado, se encuentra mirando la pared en busca de un abrazo, y vuelve a
ver al pasado como si nada hubiera importado.
El
payaso asesino se cansó de la rutina, piensa, “es hora de cambiarla”.
Ahora
el payaso suicida se encuentra mirando al espejo. Mientras alza sus manos en
alto, ahora está viendo el arma blanca. Empieza a temblar de locura, a reírse
de su propio llanto. “Será como pelar una manzana” Se dijo para sus adentros.
El payaso asesino hincó la
navaja en su cuello.