lunes, 8 de julio de 2013

LAZOS | Relato Corto N#7

 LAZOS

    La familia Vargas vivía en una pequeña casa un poco alejada de la ciudad; todas las mañanas iban en busca de agua en el estanque cercano, y a mitad de mañana siempre iban por algunos víveres hacia la ciudad.

    La familia estaba constituida por el padre, Maximiliano Vargas; una difunta madre, la cual llevan en la memoria siempre con gran regocijo, y hacen como si nunca hubiera muerto, Katherine Vargas; y tres juguetones niños, Carlos, Lucía y José Vargas.

    A Lucía, (la de en medio), le encantaba ir a la escuela, era uno de los sitios donde más le gustaba ir, y siempre iba empujando a sus dos hermanos para ir también; no todo el mundo estudiaba por aquella época, sólo los de clase más alta, por eso era un privilegio para ellos, siendo de una clase baja, estar estudiando.

    Carlos, (el mayor) siempre disfrutaba de llevarse una pequeña radio a la escuela, así podía sintonizar sus programas favoritos con sus amigos luego de cada clase. Eso para él hacía la escuela menos aburrida y podía disfrutarla con más facilidad. Una vez rompieron su radio, unos bravucones de un año mayor, aunque mala suerte..., sintieron la furia del puño de Lucía. Al final, los bravucones le regalaron un radio nuevo a Carlos.

    José, (el menor), era el más callado de los tres, casi no tenía amigos. Sólo uno, otro pequeño niño como él, de su misma clase. Siempre inventaban las mejores historias y cuentos, ideaban planes extraño en todo momento y siempre les gustaba pensar que algún día irían al espacio.

    Un padre amoroso, una madre muerta, y tres niños juguetones. A pesar de la muerte de su madre, ellos eran felices, no les faltaban las necesidades primordiales, pero tampoco podían cumplirse algunos pequeños caprichos. Todos sabían que lo que había era lo justo, pero sólo eso les bastaba (como dije anteriormente) para ser felices.

    Pasaron los años, los niños crecieron, y ahora eran unos adultos jóvenes. Carlos optó por no seguir estudiando, así que empezó a trabajar; montó su propio negocio y ahora era uno de los principales empresarios de una empresa de tecnología.

    Lucía siguió estudiando, eligió la carrera de medicina, la cual ya estaba cursando su último semestre. Un poco de sangre por aquí y por allá, no le causaba ni el más mínimo asco, con tal de poder ayudar a los demás todo estaría bien, así pensaba ella.

    José estuvo estudiando luego, una carrera aburrida de esas que estudias por salir del paso; sin embargo lo dejó a penas pasaron los meses y se dedicó a lo que realmente quería: el cine. Se convirtió en uno de los directores de cine más famosos de la época, y, por supuesto, tenía a su rival y amigo de toda la vida, el mismo pequeñín con el que se juntaba para idear planes extraños y descabellados en su infancia. Eran los más grandes de la época, hasta incluso hicieron una divertida producción juntos. ¡Vaya que bien!

    Todos recibieron un llamado de improvisto, “El señor Maximiliano ya no está entre nosotros” Decía la voz del teléfono. Todos tristes por su partida, mientras mares y mares de lágrimas se iban; volvieron a su ciudad natal arreglaron todo, y enterraron a su padre junto a su madre. Pusieron el retrato de su padre al lado del de su madre. Todos lloraron nuevamente, se abrazaron fuertemente diciendo que se querían más que a nada, y prometieron estar en contacto más de ahora en adelante, por la familia. Intercambiaron sus números de teléfono y se dieron mutuamente sus direcciones para mandar cartas. Todos se fueron.

    El único que quedó allí fue el menor, José. Ideó una historia digna de seis premios Óscar allí, frente a los retratos de su padre y madre. Una obra de horror, aventura y misterio; tiempo después la hizo, dirigió esa película con toda su alma, con todo su empeño, y al final, quedó una obra maestra. Y efectivamente, ganó seis premios Óscar.

    Los años pasaron, los hermanos envejecían. Todos ya tenían una familia propia formada. Carlos y una supervisora de la empresa. Lucía con un abogado que había conocido en una fiesta de gala, y José con una actriz que frecuentaba participar en sus películas. Todos tres ya tenían hijos, y los criaron de la misma forma como su padre, el gran Maximiliano, los crió.

    Siguieron pasando los años, los niños de los hermanos crecieron, eran muy unidos. Dos periodistas, una odontóloga y dos empresarios. Un músico y un escritor. Todos orgullosos de su descendencia, los veían con alta estima cada vez que salían de casa, todos ya eran unos profesionales.

    El tiempo pasó, ahora los hijos de los hermanos tenían su propia familia, y ellos criaron a sus hijos de la misma forma que hicieron sus padres. Carlos murió, se fue quedando dormido en su silla mientras leía un periódico, y vio a sus padres, tomo sus manos, y se transformó de nuevo en el niño que era. Se fueron caminando juntos de las manos.

    Pasan los años y luego se va el pequeño José, oh, José. Dejando un legado que lo haría inmortal, y su recuerdo perduraría eternamente entre la gente al ver sus películas. Murió al lado de su esposa, igual ya muerta, dejando atrás un último manuscrito que fue dirigido por uno de sus hijos. Mientras cerraba los ojos pudo detallar las siluetas de su amada, de su hermano Carlos y de sus padres. Y así se fueron todos juntos tomados de las manos.

    El tiempo ya avanzó bastante, quedaba sólo Lucía, ahora una dulce abuela de unos ochenta y seis largos años, aún esbelta como solía ser en su juventud. Visitó algunos lugares acompañada de sus queridos nietos, la consentían y la querían de una manera inmensa. Un día llamaron al teléfono, noticias recientes. Lucía lo colgó al cabo de unos minutos y soltó una que otra lágrima: “La casa donde vivían antes se vendió”. No eran para menos sus lágrimas, allí se encontraban los más gratos recuerdos.

    Un día Lucía estaba sentada, y oía tras de sí un pequeño alboroto, sin embargo, cuando volteaba, no había nada. Y así durante un largo, hasta que sintió unas piedritas que le lanzaban, no muy fuerte..., eso le recordaba a la infancia, justo como Carlos la fastidiaba... ¡Ay, Carlos! Pero si Carlos ya no estaba. Pegó un brinco hacia atrás y estaba Carlos. “¿Cómo estás hermanita?” Le dijo un pequeño Carlos de niño. Ella se sentó y empezó a hablar con él, de todo lo que había pasado con su casa. De repente, de la nada, apareció José, quien abrazó a su hermana. Se quedaron charlando y riendo un largo rato, hasta que ambos le dijeron a Lucía. “Toma nuestras manos y ven con nosotros”. Ella obedeció, y al momento de pararse era una niña de nuevo. Salió corriendo con sus hermanos y se encontró con su padre. Él los acompañaba. Luego de eso, simplemente vio a alguien que quería ver desde hacia mucho tiempo. Allí estaba la señora Katherine, esperándola preparando una deliciosa cena, y todos se sentaron a comer y a celebrar el estar juntos de nuevo.

    Las lágrimas de la vida se reunieron de nuevo en la muerte, ahora demostrando un regocijo completo de morir. Ah, la eterna vida tras la muerte...

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